viernes, 19 de noviembre de 2004

Reflexion de un antropólogo

Día a día, examinando la información que nos llega con cualquier medio (prensa escrita, televisión, radio...) es fácil comprobar un hecho que al menos se puede calificar de curioso: la creciente existencia de diferentes tipos de muros. Algunos físicos, otros ideológicos y culturales, pero que tienen en común su función de barrera más o menos efectiva en algunos casos: las vallas que delimitan la ciudades autónomas de Ceuta y Melilla; el muro electrónico que vigila la costa sur española; las leyes represoras de la inmigración; diferentes opciones políticas que se alimentan de la exclusión y que avanzan en ciertos lugares en el terreno de las urnas; la opresión de la deuda externa... Y del famoso muro de Israel ni hablemos.
Pero nos hemos acostumbrado también a hechos que entran en contradicción con los anteriormente citados: un mundo abierto por las nuevas tecnologías (internet, telefonía, cable, etc.); la globalización, con un mercado sin fronteras; el teórico avance de las instituciones internacionales especializadas en la mediación de conflictos...
De dicha contradicción tendríamos una primera visión de la realidad: que a este lado falta iniciativa para solucionar los problemas que existen al otro lado de dichos muros; que caen los muros del Este pero se levantan otros en el Sur; que los constructores tendrán mas facilidad para levantar dichos muros; que en ambos lados avanzan las sombras de la desigualdad y la violencia, etc.
La solución a dichos problemas pasaría por centrar el trabajo en extender ciertos valores en el mundo “global” y desarrollado; en hacer ver lo que existe detrás de esos muros y, en definitiva, derribar los muros porque sencillamente no hagan falta. Solo así iremos todos, globalmente, por el buen camino.

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