viernes, 19 de noviembre de 2004

Reflexion de un geógrafo

La vorágine diaria, ese caos que te envuelve, desplaza tus prioridades y crea nuevas y continuas necesidades, tiene una de sus facetas mas negativas en la falta de tiempo unida a la necesidad de una movilidad obligada. A nivel personal, he aprovechado un rato muerto en uno de los tristemente habituales colapsos para llegar a mi lugar de trabajo para realizar la siguiente reflexión. Estamos delante de una oportunidad de comenzar la conquista de un espacio que en el siglo XX fue tomado por el vehículo privado de una manera a menudo excesiva. Se trataría de devolver a la vía pública y urbana las funciones propias de relaciones personales, sociales, comerciales, etc. que siempre las habían caracterizado, haciendo que se pueda hablar verdaderamente de armonía entre el ciudadano como peatón y el vehículo privado. Esto implicaría un uso mas lógico de los vehículos que, hoy por hoy, continúan siendo imprescindibles para acceder a muchos destinos interurbanos y sobretodo en ciertos horarios.
Este solo es un primer paso, pero se tiene que ir mas lejos aún. La calidad urbana requiere parámetros que hasta hace bien poco no se habían tenido en cuenta: la calidad atmosférica, la seguridad ciudadana, los ruidos, el diseño... Y somos los conductores (que nunca hemos de olvidar que somos también peatones en primer lugar) los que hemos de rebajar la presión de nuestro coche sobre el espacio urbano, haciendo un uso más lógico de los vehículos en el interior del núcleo urbano, moviéndonos como viandantes de manera cotidiana para realizar aquellas actividades habituales.

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