Languidece la tarde, y la ciudad se destiñe en una gama de claroscuros que va difuminando el contorno de los edificios. De tanto en tanto el vuelo de las gaviotas recuerda que se trata de una villa marinera bañada por ese mar que se puede apreciar al final de la calle, tan presente y desafiante como siempre ha sido a lo largo de los siglos.
lápiz, tinta, y al paisaje a robar.
y al placer de reencontrar
el limbo de un tiempo que se nos va.
El ocre de los terrados se resiste a desaparecer sin más en la oscuridad, mientras en el balcón las cortinas oscilan bajo la brisa siguiendo un ritmo desacompasado con la melodía que suena, una tras otra. Es un viento tan salado como los pensamientos que solo se sienten en esos etéreos instantes que no pertenecen al día ni a la noche.
árbol, fuente, cada vez que despierto.
ser durmiente. en la espuma de un antojo camuflarse.
para completa inocencia,
en las calderas del sueño divagar.
En la habitación, dos mujeres y un hombre se dejan llevar por ese ambiente mezcla de exaltación y paz a partes iguales, aun sin ser conscientes de la totalidad de sus sentidos mientras son envueltos por una música que hace de perfecto hilo conductor al transportar sensaciones y pensamientos con la ayuda de una luz cada vez más tenue que llega con el ocaso.
ahora quiero sentir, caminar.
ahora quiero pintar, percibir
el color de esa flor que se marchitará.
Tumbada a lo largo del sofá, Mia dormita sintiéndose traspasada por esa misma brisa vaporosa que la mece y le hace exhalar libertad, a medio camino entre la ensoñación y una onírica realidad. Sentados a la mesa, Roberto apoya un brazo sobre la misma observando el exterior, sintiendo que tan sólo cerrar los ojos podría congelar este instante y detener el tiempo que ya parece no discurrir, mientras Martina observa a su vez a sus compañeros de juego, de vida y de sueños, tratando de sincronizar con ellos esa sensación de caos armónico que caracteriza sus encuentros.
vivo lo efímero y su valor.
bebo, apuro desperdicios de mi vida,
me recojo en la templanza de la tregua que me da
la anestesia del recuerdo.
En el techo, un nacarado ventilador hace girar unas aspas que cortan lentamente el aire con una efectividad más hipnótica que precisa, mientras que los muebles, también blancos y de inspiración marinera, se matizan con la luz anaranjada que es transportada por el crepúsculo de un sol que ya se esconde entre los edificios mientras va conformando una línea irregular y angulosa, rota en determinado lugar por alguna cubierta que sin complejos se cuela para desafiar a las sombras y destacar bajo las nubes.
ahora quiero sentir, caminar,
ahora quiero pintar, percibir
el verano fugaz que ya se nos va.
Lápiz, tinta, y al placer de reencontrar.
1 comentario:
Me ha transportado al lugar. Esa atmósfera tranquila, sensual y dulce en la que da la sensación de que puedan pasar cosas interesantes entre esos 3 amigos o incluso no pasar nada más que la calma. Me gustó!
Publicar un comentario