Publicat al Cugat.cat
Últimamente nos hemos acostumbrado a oír hablar de “burbuja” como la subida anormal y prolongada del precio de un producto que se aleja cada vez más de su valor real. Este tipo de burbuja representaría algo artificialmente inflado y vacío de contenido, y en este sentido destacan la burbuja económica o financiera, pero sobretodo la burbuja inmobiliaria.
Últimamente nos hemos acostumbrado a oír hablar de “burbuja” como la subida anormal y prolongada del precio de un producto que se aleja cada vez más de su valor real. Este tipo de burbuja representaría algo artificialmente inflado y vacío de contenido, y en este sentido destacan la burbuja económica o financiera, pero sobretodo la burbuja inmobiliaria.
Recientemente, los hechos acaecidos nos han acercado vertiginosamente a otra definición del este concepto, que sería el de la burbuja política: iniciativas que pueden llegar a movilizar a cientos de miles o incluso millones de personas, pero carentes tanto de un contenido teórico sólido como de argumentos legales o de propuestas factibles, maduras o solventes como el movimiento independentista catalán.
Pero como todas las burbujas, también ésta corría el riesgo de estallar. En este caso, la huida del ya expresidente de la Generalitat Carles Puigdemont para evitar responder ante la justicia de los hechos realizados es el máximo ejemplo de como se ha desinflado rápidamente una enorme burbuja en torno a la cual había prendido el discurso independentista, construida e inflada a lo largo de bastantes años en base a la necesidad de reivindicarse frente a una realidad española de la que –decían- había que desvincularse y que fue ganando terreno en la esfera pública hasta dividir por la mitad a los catalanes.
Al final el tiempo ha dado la razón a los que alertaban contra este desastre realizado en la sociedad catalana: la falta de una mayoría favorable a la independencia ya era motivo suficiente para no transitar el camino a la desconexión, de la misma manera que ésta reclamación no podía ser el objetivo único ni la cuestión primordial en una sociedad en la cual éste sólo debía ser el último de los recursos al carecer de esa base social, teórica y también legal.
Afortunadamente, hay otras propuestas que no han dejado de trabajar todo este tiempo para seguir tratando de encontrar fórmulas que reconozcan la personalidad nacional catalana, mediante una reforma de la Constitución Española que establezca una relación federal entre Cataluña y España que reconozca sin temor el carácter plurinacional, haciendo compatible la unión con la autonomía de las naciones federadas y que concite un consenso mucho más amplio que la -ya desinflada- burbuja del independentismo.
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